“Pero
Dios demuestra su amor por nosotros en esto: cuando aún éramos pecadores,
Cristo murió por nosotros.” Romanos 5:8 (NVI)
¿Alguna vez
has mirado tu pasado y has pensado: “Es imposible que Dios ame a alguien como
yo”? ¿Alguna vez te has sentido indigno del amor de Dios? Quizás la culpa por
decisiones pasadas aún persiste. Quizás te hayas alejado de Dios antes, o
quizás nunca te hayas sentido cerca de Él. A veces, los sentimientos de
indignidad pueden aferrarnos tan fuertemente que silencian nuestras oraciones,
nos aíslan de la comunidad cristiana y nos convencen de que no tenemos
redención. Si es así, no estás solo. Pero la esencia del evangelio es esta:
Dios no esperó a que te volvieras digno de amor para amarte.
“Pero
Dios”. Estas dos
palabras en Romanos 5:8 marcan un punto de inflexión, no solo en las
Escrituras, sino en la historia de cada creyente. Pablo escribe que éramos
débiles, impíos, pecadores e incluso enemigos de Dios. Es un diagnóstico
aleccionador del corazón humano, y no es algo que nos guste admitir. Pero la
Escritura no se detiene ahí. No nos deja en nuestro quebrantamiento. En cambio,
nos lleva a la cruz, donde tuvo lugar la demostración más poderosa de amor.
“Mas
Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros”.
Jesús no murió
por personas perfectas. No vino por los ya limpios ni espiritualmente pulidos.
Vino por los quebrantados, los marginados, los avergonzados, los culpables;
vino por nosotros en nuestra peor condición. Su sacrificio no fue una
respuesta a nuestra bondad; fue una respuesta a nuestra necesidad. Su amor no fue ganado; fue dado.
La verdad es
que ninguno de nosotros es digno del amor de Dios por sí solo. Por eso la
gracia es tan maravillosa. La cruz no sucedió porque fuéramos dignos de ser
amados, sino porque Dios es amor. El peso de nuestro pecado fue tan grande
que solo la muerte del Hijo de Dios pudo pagarlo. Pero aún más poderosa que la
realidad de nuestro pecado es la realidad de la misericordia de Dios.
Este amor nos
transforma. Nos libera de la vergüenza. Nos da una nueva identidad, no basada
en lo que hemos hecho, sino en lo que Cristo hizo por nosotros. Nos da la
valentía para acercarnos a Dios, no como extraños ni fracasados, sino como
hijos e hijas perdonados.
Así que hoy,
si te sientes indigno, recuerda esta verdad: recuerda el evangelio. Recuerda la
cruz. Recuerda que Dios te amó en tus peores momentos, y nada puede separarte
de ese amor. No necesitas ganarte su afecto. Tu salvación no se basa en tu
desempeño, sino en la cruz, donde se unen el amor, la justicia y la
misericordia. Eres perdonado, bienvenido y tienes seguridad eterna, no porque
seas bueno, sino porque Dios lo es. Simplemente necesitas recibirlo. Reflexión:
Tómate unos
minutos para reflexionar sobre las áreas de tu vida donde la vergüenza aún
resuena con fuerza. Luego, di esta verdad sobre ti mismo: “Pero Dios me amó
ahí. Incluso ahí”.
Oración.
Señor, gracias
porque tu amor no espera a que yo haga las cosas bien. Gracias porque siendo
aún pecador, Cristo murió por mí. Ayúdame hoy a confiar en ese amor, a soltar
la vergüenza y a vivir en la libertad que tu gracia me da. En el nombre de Jesús, amén.
Que el Senor te bendiga y te guarde, y que el Senor utilze estas palabras para renovar tu espritu.
Dr. Dimas Castillo