Thursday, November 6, 2025

Firmes y seguros: Una reflexión sobre Judas 24-25

 


"Ahora bien, a aquel que es poderoso para guardarlos sin caída y presentarlos irreprensibles delante de su gloria, al único Dios, nuestro Salvador, por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea la gloria, la majestad, el poder y la autoridad desde antes de todos los tiempos, ahora y por los siglos de los siglos. Amén." (Judas 24-25) 

En un mundo cada vez más inestable, donde los fundamentos morales se tambalean como arena y las falsas enseñanzas acechan por doquier, necesitamos desesperadamente un ancla. Judas lo comprendió. Tras dedicar la mayor parte de su breve carta a advertir a los creyentes sobre peligrosos engaños y la urgente necesidad de vigilancia espiritual, concluye con algo extraordinario: una doxología (una breve declaración de alabanza que glorifica a Dios) que, a la vez, alaba a Dios y nos recuerda su inquebrantable compromiso con nosotros.

No se trata simplemente de una hermosa doxología final. Es una declaración de guerra contra nuestros miedos y una proclamación de la promesa divina. Judas nos dice que Dios es «poderoso para protegernos de la caída». Esa palabra «poderoso» debería hacernos reflexionar y respirar profundamente. Nuestro Dios permanece en su puesto como un centinela fiel, velando por nuestras almas. Vivimos tiempos inestables, rodeados de filosofías seductoras y arenas movedizas morales diseñadas para hacernos tropezar. Sin embargo, el poder infinito de Dios, su fidelidad perfecta y su amor ilimitado pueden impedirnos caer.

Pero esto es lo que más me impacta: Judas no solo dice que Dios puede impedirnos tropezar ahora. Promete que Dios nos hará "estar en la presencia de su gloria, irreprensibles y con gran alegría". Piensa en ese momento futuro. El Día del Juicio. El momento en que todo secreto será revelado y toda vida será evaluada. En ese día, no estaremos en pie por nuestra fidelidad, nuestras buenas obras o nuestra trayectoria espiritual. Estaremos en pie por su poder obrando en nosotros.

Y no seremos condenados, sino vindicados, gozosos y radiantes. Dios nos presentará ante sí como sacrificios irreprochables, completamente transformados y sin mancha. Si alguna vez has sentido el peso de tu propia insuficiencia, si alguna vez te has preguntado si eres lo suficientemente bueno para llegar hasta el final, deja que esta verdad te inunde: tu perseverancia no depende, en última instancia, de tu fe en Dios, sino de la fe que Él tiene en ti.

Observa cómo Judas dirige nuestra mirada a la deidad exclusiva de Dios: Él es "el único Dios, nuestro Salvador". En nuestra era pluralista, esto suena limitado, incluso ofensivo. Pero es maravillosamente cierto. Hay un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y solo Él salva. No todos los caminos llevan al mismo destino. No todas las espiritualidades son igualmente válidas. Dios Padre es la fuente de nuestra salvación, y esa salvación viene exclusivamente a través de Jesucristo, nuestro Señor.

He aquí la hermosa paradoja: Dios nos creó para adorarlo, para glorificarlo y disfrutar de Él para siempre. Pero el pecado quebrantó esa capacidad en nosotros. No podemos hacer aquello para lo que fuimos creados; no podemos adorar verdaderamente al único Dios verdadero, excepto a través de Jesucristo. Él es el único mediador que une la infinita separación entre nuestra humanidad caída y la santa perfección de Dios. Mediante la vida, muerte, resurrección e intercesión continua de Cristo, podemos finalmente convertirnos en lo que siempre debimos ser: adoradores que glorifican al Padre.

Esto plantea una pregunta urgente que cada uno debe responder con sinceridad: ¿Confiamos solo en Jesucristo? ¿Nos acercamos a Dios en su nombre, depositando en él toda la esperanza de nuestra salvación? Sería trágico apreciar un hermoso mensaje sobre alabar a Dios sin comprender el medio mismo por el cual podemos alabarlo eternamente.

Judas concluye con un crescendo de adoración: "A él sea la gloria, la majestad, el poder y la autoridad desde antes de todos los tiempos, ahora y por los siglos de los siglos". Estas no son cualidades que le atribuimos a Dios; son realidades que reconocemos en él. Dios no necesita nuestra alabanza para ser glorioso; él ya es glorioso. Nuestra adoración nos alinea con la realidad suprema y cumple nuestro propósito más profundo.

Esto es lo que quiero que recuerden hoy: La vida se trata fundamentalmente de la gloria de Dios, no de nuestra comodidad. Todo lo demás —nuestros planes, problemas, preferencias y dolor— debe entenderse a la luz de Su gloria suprema. La tragedia de nuestro mundo no es principalmente el sufrimiento humano; es que Dios no recibe la gloria que le corresponde a su nombre. Cuando empezamos a arder con el deseo de Su gloria, sucede algo maravilloso: descubrimos que el Dios al que adoramos es también el Dios que nos bendice.

Así que hoy, sean cuales sean las incertidumbres que enfrenten, sean cuales sean las batallas que se libren a su alrededor, recuerden esto: Él es capaz. Él los guardará. Él los mantendrá firmes. Y Él es infinitamente digno de su confianza y alabanza.

Que el Señor los bendiga y los guarde, y que el Señor permita que estas palabras renueven su espíritu.

Dr. Dimas Castillo