“¡Vamos ahora! Los que decís: “Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad,
pasaremos allí un año, comerciaremos y tendremos ganancias, 14pero no sabéis
qué será mañana. ¿Qué es vuestra vida? Porque sois neblina que aparece por un
poco de tiempo y luego se desvanece” (Santiago 4:13-14).
¿Cuántos de
nosotros hemos repetido esta frase: "Si
Dios quiere, o si el Señor quiere..."? Muchas veces, al
decirla, no pensamos en su profundo y verdadero significado. ¿Por qué? Porque
en realidad, toda nuestra vida —cada día, cada hora, cada minuto— depende de la
voluntad de Dios.
Estas tres
sencillas palabras encierran un universo de significado que a menudo pasamos
por alto en nuestra ajetreada vida diaria. Cuando decimos con calma: "Si
Dios quiere", reconocemos, quizás sin darnos cuenta, una de las
verdades más fundamentales de la existencia humana: no somos los autores
últimos de nuestra propia historia. Sin embargo, ¿con qué frecuencia vivimos
como si lo fuéramos?
Santiago
nos plantea una pregunta muy importante para reflexionar: ¿Qué es nuestra vida?
¿Has pensado en la respuesta a esa pregunta? Es una pregunta que nos detiene en
seco, obligándonos a afrontar la realidad de nuestra... La existencia más allá
del ruido de nuestras rutinas diarias, nuestros ambiciosos planes y nuestras
agendas cuidadosamente elaboradas.
La
respuesta que nos da Santiago también es muy importante: «Somos como la niebla que aparece y desaparece en poco
tiempo». En otras palabras, nuestras vidas son temporales. Esta metáfora
es a la vez humilde y hermosa. Piense en la niebla matutina que sube de un lago
o una montaña, presente en un momento y desapareciendo al siguiente. Hay algo
casi poético en esta comparación, pero conlleva una verdad aleccionadora.
Nuestras vidas, por muy importantes que nos parezcan, son solo un breve
instante en el gran tapiz de la eternidad.
Nada ni
nadie garantiza que vivirás un día más. Esto no pretende infundir miedo, sino
despertarnos a la preciosidad de cada momento que se nos da. Cada amanecer es
un regalo, cada respiro un acto de gracia divina. Es solo por la voluntad de
Dios que vivimos, que nuestros corazones siguen latiendo, que nuestros pulmones
siguen respirando.
A menudo
vivimos vidas fuera de control, fuera de la voluntad de Dios. ¡Qué fácil es
caer en este patrón! Nos despertamos cada mañana asumiendo que el día nos
pertenece, haciendo planes como si tuviéramos garantizado el mañana,
persiguiendo metas como si solo nuestra fuerza y sabiduría las aseguraran.
Programamos nuestras vidas al minuto, llenamos nuestras agendas de citas y
compromisos, y rara vez nos detenemos a preguntar: "Señor, ¿qué quieres
que haga hoy?".
A menudo
queremos usar este dicho para justificar nuestro comportamiento o las
decisiones que tomamos, como si la voluntad de Dios fuera que no le
obedeciéramos. Este es quizás uno de nuestros mayores engaños espirituales:
usar la soberanía de Dios como excusa para nuestra desobediencia o pereza.
Podríamos decir: "Bueno, si Dios quiere,
sucederá", mientras descuidamos las mismas responsabilidades y
llamados que Él nos ha puesto ante nosotros.
Santiago
nos exhorta a pensar de manera diferente. En lugar de ver la vida cristiana
como un compromiso más, debemos entender que todo lo que hacemos, lo hacemos
para servir al Señor. Mis planes son sus planes. Este cambio de perspectiva
lo cambia todo. De repente, nuestro trabajo se convierte en adoración, nuestras
relaciones en oportunidades de ministerio y nuestros desafíos en oportunidades
para demostrar Fe.
Cuenta la
historia que el gran compositor Johann Sebastian Bach, al terminar cada una de
sus composiciones, escribía las letras SDG. Estas letras
significan Soli Deo Gloria, solo a Dios sea la gloria. Esta era
la forma en que Bach se recordaba a sí mismo que su música no era una forma de
trabajar, sino una forma de honrar a Dios. Bach comprendía que su
extraordinario talento no era un logro propio, sino un don del Creador para ser
usado para Su gloria.
Imaginen si
abordáramos cada tarea, cada conversación, cada decisión con la mentalidad de
Bach. ¿Qué pasaría si termináramos nuestras jornadas laborales, nuestros
momentos de crianza, nuestros actos de servicio con la misma dedicación: «Solo
a Dios sea la gloria»? ¿Cuán diferentes serían nuestras vidas si realmente
creyéramos que nuestras habilidades, nuestras oportunidades y nuestra propia
existencia son dones que debemos administrar para sus propósitos?
Debemos
aprender a depender de la autosuficiencia de Dios y comprender que su voluntad
para nuestras vidas es darnos lo mejor. Esto no significa que la vida será
fácil ni que todos nuestros deseos se cumplirán según nuestra cronología. Más
bien, significa confiar en que Aquel que nos creó sabe lo que realmente
necesitamos para una vida abundante, tanto ahora como en la eternidad.
Nosotros
también debemos honrar a Dios dándole lo mejor de nosotros. No nuestras sobras,
ni nuestros segundos esfuerzos, ni lo que queda después de haber servido
primero a nuestros intereses. Nuestra mejor energía, nuestros mejores dones,
nuestra más profunda devoción pertenecen a Aquel que nos dio la vida misma.
Que Dios te
bendiga y te guarde, y que estas palabras renueven tu espíritu al entregarte
cada momento a su perfecta voluntad.
Dr. Dimas Castillo