La vida
puede ser difícil. Todos pasamos por etapas llenas de complicaciones,
frustraciones o duelo. Quizás estés lidiando con una relación tensa,
enfrentando incertidumbre financiera, lidiando con problemas de salud o
lidiando con una decepción que parece durar mucho más de lo esperado. Incluso
si no estás experimentando una de esas pesadas cargas hoy, probablemente hayas
tenido momentos en los que te has cansado de hacer el bien. La rutina diaria de
elegir la bondad cuando otros no son amables, de servir cuando te sientes poco
apreciado o de mantener la integridad cuando los atajos parecen más fáciles:
estas decisiones justas pueden dejarnos emocional y espiritualmente exhaustos.
Por mucho
que deseemos vivir bien y hacer el bien a los demás, lo cierto es que todos nos
cansaremos de ello en algún momento. Después de todo, somos humanos, con
energía limitada y recursos emocionales finitos. Nuestras buenas intenciones
chocan con nuestra fragilidad humana, y nos encontramos sin fuerzas,
preguntándonos cómo podemos continuar. En Isaías 40:31, el profeta Isaías nos
ofrece una profunda verdad: «Pero los que esperan en el Señor renovarán sus
fuerzas. Levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán
y no se cansarán». Isaías dice que quienes esperan en Dios encontrarán nuevas
fuerzas. Esto no es solo una ilusión ni una psicología positiva; es una promesa
divina arraigada en el carácter de nuestro Dios inmutable.
La clave de
la perseverancia en tiempos difíciles no consiste simplemente en seguir
adelante y esforzarse más. Todos hemos intentado ese enfoque, apretando los
dientes y confiando solo en la fuerza de voluntad, solo para encontrarnos más
agotados que antes. La fuerza no se encuentra simplemente en esperar que
nuestras circunstancias cambien, aunque naturalmente anhelamos alivio de
nuestras luchas. En cambio, la verdadera fuerza se encuentra en Dios mismo.
La Palabra
de Dios dice que la fuerza auténtica y duradera proviene de poner nuestra
esperanza en Él. Porque Dios es todopoderoso —omnipotente en todo sentido—,
solo Él tiene el poder de cambiar nuestras circunstancias cuando lo considera
oportuno. Sus recursos son ilimitados, su sabiduría es perfecta y su tiempo
siempre es el oportuno, incluso cuando no se ajusta a nuestras preferencias.
Pero Dios
también sabe que, como seres humanos, nos cansamos y nos inquietamos. Él
comprende nuestra condición y recuerda que somos polvo. El Salmo 103:14 nos
recuerda: «Él conoce nuestra condición; recuerda que somos polvo». A veces
depositamos nuestra esperanza en soluciones temporales cuando deberíamos
confiar en Dios, el único que realmente puede ayudarnos. Buscamos avances
profesionales, cambios en nuestras relaciones, mejoras financieras o mudanzas
para resolver nuestras necesidades más profundas, pero estos remedios
terrenales solo pueden brindar un alivio temporal.
Cuando
ponemos nuestra esperanza solo en Dios, las Escrituras nos dicen que
encontraremos fuerzas renovadas para soportar los desafíos de la vida. Seremos
como aves que remontan el cielo, no con nuestras propias fuerzas, sino con la
fuerza que Dios nos da. Las águilas no aletean frenéticamente para mantenerse
en el aire; extienden sus alas y permiten que las corrientes de aire las eleven
sin esfuerzo.
Poner
nuestra esperanza en Dios significa renunciar a nuestro propio control y dejar
que Él nos guíe. Significa dejar de intentar forzar nuestro futuro y dejar que
Dios obre en nuestras vidas en su tiempo perfecto. Esperar en Dios significa
confiar en sus promesas, incluso si no las vemos cumplidas en nuestra vida,
sabiendo que su fidelidad se extiende más allá de nuestra experiencia temporal.
Dedica un
tiempo hoy a renovar tu esperanza en Dios. Deja que Él escudriñe tu corazón y
te revele dónde podrías estar poniendo falsas esperanzas en cosas temporales.
Ora para que te llenes de la fuerza y la esperanza que solo Dios puede dar.
Que el Señor te bendiga y te guarde, y que el Señor use estas palabras para
renovar tu espíritu.
Dr. Dimas Castillo