"Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" Respondieron: "Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa" (Hechos 16:30-31 (RVC)
Pocas preguntas en la vida importan más que esta. Todo lo demás —el éxito profesional, las relaciones, la riqueza, incluso la salud— se desvanece comparado con el peso eterno de esta pregunta: ¿Qué debo hacer para ser salvo? Esta pregunta no la hizo en una sinagoga, ni un erudito, ni durante un tranquilo estudio bíblico. La hizo un carcelero romano en un momento de crisis. Un terremoto había sacudido la prisión donde estaban Pablo y Silas. Las cadenas se habían caído. Las celdas estaban abiertas. La muerte parecía inminente, y sin embargo, lo que más temía el carcelero no era perder la vida, sino el alma.
¿Por qué hizo esta pregunta? No fue solo el terremoto lo que lo conmovió, sino la paz que vio en Pablo y Silas. A pesar de sus heridas y cadenas, estos hombres oraron y cantaron himnos a Dios. Ese gozo y esa fe en medio del sufrimiento fueron un testimonio poderoso. El carcelero vio algo real, algo más profundo que la religión: vio la presencia transformadora de Cristo.
Hoy vivimos en un mundo lleno de distracciones y falsas esperanzas. Mucha gente cree que la salvación se obtiene mediante buenas obras, rituales religiosos o méritos personales. Otros evitan la pregunta por completo, pensando que pueden posponer los asuntos espirituales para más adelante. Pero el evangelio aclara la confusión con claridad y gracia: «Cree en el Señor Jesús y serás salvo».
Creer en Jesús no es un reconocimiento vago de su existencia. Es una entrega de corazón. Significa reconocer nuestros pecados, aceptar que Jesús murió y resucitó por nosotros y entregarle nuestras vidas como Señor. Esto no es una transacción; es una transformación. En el momento en que creemos, el Espíritu Santo entra en nuestras vidas, nos sella para la eternidad y comienza a hacernos más como Cristo (Efesios 1:13; 2 Corintios 5:17).
Y lo que le sucedió al carcelero no se detuvo con él. Toda su familia escuchó el evangelio y creyó. Este es el efecto dominó de la salvación: se extiende a través de individuos, familias, comunidades y generaciones. Quizás seas el primer creyente de tu familia, o quizás todavía estés orando para que tus seres queridos conozcan a Jesús. Anímate. Dios está en el trabajo de salvar hogares, tal como lo hizo con este carcelero romano.
Reflexión:
¿Te has preguntado: "¿Qué debo hacer para ser salvo?", y has respondido con fe? Si es así, regocíjate en tu salvación. Si no, que hoy sea el día de tu salvación. Y para quienes hemos creído, que nuestras vidas, como las de Pablo y Silas, reflejen el gozo, la paz y el poder del evangelio tan claramente que otros se sientan impulsados a hacerse la misma pregunta. Que Dios te bendiga y te guarde, y que el Señor te ayude a renovar tu espíritu.
Dr. Dimas Castillo
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