2 Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; 3
orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra
puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el
cual también estoy preso, 4 para que lo manifieste como debo hablar (Colosenses 4:2-4)
Vivimos en
una economía consumista donde estamos condicionados a creer que la vida gira en
torno a nosotros y que el consumidor siempre tiene la razón, y que si no te
gusta el servicio que se ofrece aquí, mejor ve a otro lugar. Esta forma de
pensar no solo ha afectado nuestra forma de vivir, sino también nuestra vida
espiritual.
A menudo,
nuestras oraciones a Dios son similares. Creemos que debemos presentarle todo
lo que deseamos, sin importar lo que Él quiera de nosotros. Creemos que Dios
nos debe algo y oramos para cobrar por nuestros servicios.
En nuestra
cultura, solemos tener dificultades con la oración. En lugar de tener
dificultades, deberíamos desarrollar una vida de oración centrada en el Señor,
no en nosotros mismos. En este pasaje, Pablo nos presenta algunas ideas sobre
cómo podemos desarrollar una vida de oración centrada en las necesidades del
Reino de Dios, no en nosotros mismos.
¿Has notado
lo que sucede cuando la oración comienza a desaparecer de tu vida diaria? A
menudo, las cosas empiezan a sentirse mal: nuestros corazones se inquietan,
nuestras mentes se desestabilizan y nos invade una sensación de vacío
espiritual. La oración no es solo una disciplina espiritual; es el sustento de
nuestra relación con Cristo. A través de la oración, hablamos con nuestro Padre
Celestial, presentándole nuestras esperanzas, preguntas, confesiones,
necesidades y gratitud. Es en la oración que recordamos quién es Él y quiénes
somos nosotros en Él.
Creemos que
Dios escucha nuestras oraciones, incluso en momentos de duda. Y confiamos en
que, en su tiempo perfecto, las responde. A lo largo de las Escrituras, no solo
se nos anima, sino que se nos manda a ser personas de oración. Cuando
priorizamos la oración, ponemos nuestras cargas en las manos capaces de Dios y,
a cambio, recibimos su paz. Una vida de oración constante nos mantiene en
estrecha comunión con Dios y en armonía con su voluntad.
Incluso
Jesús hizo de la oración una parte central de su vida. Su vida de oración fue
tan impactante que sus discípulos le pidieron: «Señor, enséñanos a orar». Si
Jesús, el Hijo de Dios, necesitaba pasar tiempo regularmente con el Padre,
¿cuánto más nosotros?
En
Colosenses 4, el apóstol Pablo, escribiendo desde la prisión, insta a los
creyentes de Colosas a ser constantes en la oración. Observen su petición: no
les pide que oren por su liberación. En cambio, les pide que oren “para que
Dios abra una puerta” para que el evangelio sea proclamado. El enfoque de
Pablo, incluso encadenado, era difundir el mensaje de Cristo. Su petición
revela un corazón que priorizaba la misión de Dios sobre la comodidad personal
¿Cuándo fue
la última vez que le pediste a Dios que te usara para compartir su mensaje?
¿Cuándo oraste por última vez para que tu iglesia fuera una luz en la
comunidad, proclamando con valentía la salvación en Cristo? Una vida marcada
por la oración es una vida alineada con los propósitos de Dios. Al perseverar
en la oración, vigilantes y agradecidos, Dios nos usará para abrir puertas,
transformar vidas y acercar su reino.
Que el Senor les bendiga y les guarde, y que el Senor permita que estas palabras les ayuden a renovar su espiritu.
Dr. Dimas Castillo
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