Bueno es alabarte, oh, Jehová, Y cantar salmos a tu nombre, oh, Altísimo; Anunciar por la mañana tu misericordia, Y tu fidelidad cada noche, En el decacordio y en el salterio,
En tono suave con el arpa. Por cuanto me has alegrado, oh, Jehová, con tus
obras; En las obras de tus manos me gozo. (Salmo 92:1-4)
La mayoría de los entrenadores y músicos te dirán lo mismo: cómo practicas determina cómo tocas. Si
eres descuidado al practicar, no alcanzarás la agudeza mágica a la hora de
tocar. Lo mismo ocurre en nuestro caminar con Cristo: cómo adoras determinará
cómo vives.
Pero, ¿qué es exactamente la
adoración? Para algunos, es un evento al que asisten: "Fuimos a
adorar". Para otros, es la música; "Necesitamos dedicar más tiempo a
la adoración" a menudo significa cantar más. Otros, en cambio, equiparan
la adoración con ciertas expresiones: levantar las manos, aplaudir, bailar o
simplemente "sentir algo".
Ahora bien, todas estas cosas
pueden ser parte de la adoración. Pero ninguna garantiza que se haya llevado a
cabo una verdadera adoración. La adoración no se trata de emociones ni
experiencias, se trata de Dios mismo. La verdadera adoración exalta al Señor.
Conmueve nuestros corazones con amor y sumisión a Él. La adoración nunca se
trata de lo que recibimos de Dios, sino de quién es Él.
El Salmo 92:1-4 nos recuerda tres
razones por las que Dios es digno de nuestra adoración:
1. Su amor inagotable.
El amor humano, incluso en su
máxima expresión, es imperfecto e inconsistente. Amamos egoísticamente, esperando
algo a cambio. Pero el amor de Dios nunca flaquea, nunca se desvanece, nunca se
rinde. Siempre busca lo mejor para nosotros y nos atrae hacia sí mismo, incluso
cuando nos resistimos a él. Su amor es perfecto e inmutable.
2. Su fidelidad.
La vida a menudo nos trae
temporadas en las que nos preguntamos: "Dios, ¿dónde estás?".
Enfrentamos pérdidas, decepciones o dolor, y parece que Dios guarda silencio.
Pero sus promesas nunca fallan. Incluso cuando no entendemos sus caminos, él permanece
firme, confiable y verdadero. A diferencia de las personas que rompen sus
promesas, Dios cumple todas y cada una de ellas.
3. Su generosidad y gracia. Cada
día recibimos bendiciones que no merecemos: comida y techo, personas a quienes
amar, la belleza de la naturaleza, el gozo de la verdad, incluso la libertad de
cosas de las que quizás nunca nos demos cuenta de que Él nos protegió. Su
bondad supera con creces cualquier cosa que pudiéramos merecer.
Porque es Dios, la adoración no
debería ser una tarea, sino un gozo. Sin embargo, con demasiada frecuencia los
cristianos tratamos la adoración como un deber, no como un deleite. Nos
quejamos, criticamos o simplemente actuamos por inercia, olvidando que la
adoración es un privilegio. Cuando adoramos a medias, nuestras vidas siguen el
mismo patrón. Cuando la adoración se centra en nosotros mismos, terminamos
practicando la idolatría más peligrosa de todas.
Así que haz una pausa y pregúntate:
¿Te has tomado el tiempo para considerar cuánto te ama Dios? Su amor por ti no
se basa en tu bondad, sino en la suya. Tú no eres el perseguidor, sino Él. Él
te persigue, anhelando que lo conozcas, lo ames y lo adores, porque solo en Él
encontrarás el verdadero gozo que tu alma anhela. El gozo no proviene de las
posesiones, el éxito ni las circunstancias. El gozo proviene del Señor mismo. Y
cuando nos demos cuenta de que la adoración ya no será una obligación, se convertirá
en la respuesta natural de un corazón agradecido.
Que el Señor te bendiga y te
guarde, y que estas palabras te renueven.
Dr. Dimas Castillo
No comments:
Post a Comment