“Yo soy la vid, y ustedes son los pámpanos. El que permanece en mí, como
yo en él, ése da mucho fruto; pero separados de mí nada pueden hacer... Y este
es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado.”
(Juan 15:5-13)
Tómense un momento para respirar profundamente. Dejen que el peso de las
exigencias de hoy se calme por ahora. Las familias de hoy cargan con grandes
responsabilidades y enfrentan exigencias de todos lados. Muchos hogares
necesitan dos ingresos para sobrevivir, y el costo de la vida aumenta a diario.
Pasamos la mayor parte del tiempo flotando, sin saber hacia dónde nadamos,
sabiendo solo que si nos detenemos, podríamos ahogarnos. Sin embargo, en esta
pausa sagrada, recordamos que incluso en nuestras temporadas más ocupadas,
estamos invitados a permanecer.
Imaginen una vid con sus ramas meciéndose suavemente con la brisa.
Observen cómo las ramas no se esfuerzan por mantenerse conectadas; simplemente
permanecen, extrayendo vida sin esfuerzo de su fuente. La palabra
"permanecer" aparece once veces en Juan 15, cada vez como una
invitación a descansar en la relación en lugar de agotarnos en el desempeño.
Cristo nos llama a no navegar con más fuerza por las corrientes de la
vida, sino a permanecer conectados a la fuente de toda vida. ¿Cómo sería hoy
permanecer en lugar de esforzarnos?
Primero, cultivamos una relación íntima con Dios. Esta relación se
convierte en el ancla de nuestras vidas, nuestra seguridad, trayendo paz a
corazones que a menudo se sienten ansiosos y abrumados. La intimidad con Dios
en épocas de mucho trabajo puede no ser como largas horas de oración, sino como
momentos conscientes de conexión que se entrelazan a lo largo de nuestro día.
Dios nos encuentra en los viajes compartidos y en el fregadero de la cocina, en
los breves momentos matutinos antes de comenzar el día, en los espacios
tranquilos entre nuestras responsabilidades.
Segundo, nos nutrimos a través de la oración. Como una vid que extrae
vida continuamente de sus raíces, necesitamos alimento espiritual constante.
Nuestras oraciones no necesitan ser perfectas ni largas para sostenernos.
Pueden ser el susurro de "ayúdame" entre reuniones, la pausa
agradecida durante una comida, la entrega de nuestras preocupaciones a la hora
de dormir. La oración acerca la provisión de Dios y ofrece fortaleza y
seguridad en tiempos difíciles. Una vid que no recibe alimento se marchita; por
eso debemos conectarnos con la presencia nutritiva de Dios.
Tercero, confiamos en la dirección de Dios. Debemos tener una fe que
crea en una verdad tan poderosa que moldea nuestra vida. En épocas de presión
financiera y exigencias familiares, esta verdad se convierte en nuestra
brújula: Dios ve nuestras dificultades, Dios provee para nuestras necesidades,
Dios nos guía hacia adelante. La fe nos pide creer que la dirección de Dios es
confiable, incluso cuando no podemos ver el camino completo por delante,
incluso cuando nos sentimos perdidos en las exigencias de la vida.
Finalmente, recordamos el amor como nuestro mayor llamado. Como escribe
Pablo: «Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres. Pero el
mayor de ellos es el amor». El amor no es una carga más en nuestras
interminables listas de tareas, sino la esencia misma de permanecer en Cristo.
Cuando permanecemos conectados al amor de Cristo por nosotros, el amor por los
demás fluye naturalmente. Esto incluye el amor a nosotros mismos: la gracia de
descansar, de recibir ayuda, de aceptar nuestras imperfecciones sin vergüenza.
El verdadero amor, como enseña Jesús, es dar la vida por los demás. Pero
esta entrega surge de la plenitud, no del vacío. Cuando permanecemos en la vid,
damos fruto de forma natural, no por esfuerzo, sino por permanencia.
En este momento, descansa en esta verdad liberadora: Eres una rama
amada, sujetada firmemente por la vid. Tu valor no se mide por tu
productividad, sino por tu conexión con Cristo. Tu paz no proviene de tenerlo
todo resuelto, sino de permanecer cerca de Aquel que sí lo tiene.
Que el Señor te bendiga y te guarde. Que encuentres, incluso en medio de
las incesantes exigencias de la vida, momentos de permanencia que
renueven tu espíritu y restauren tu alma cansada.
Dr. Dimas Castillo
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