Lo que oímos moldea lo que sabemos. Lo que sabemos influye en lo que creemos. Lo que creemos determina lo que hacemos. Esta progresión revela por qué escuchar la verdad de Dios no solo es importante, sino que es transformador. «Así que la fe viene por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10:17 NTV).
A lo largo de los Evangelios, Jesús extiende una invitación recurrente a sus seguidores: «Venid y ved». Los llama a acercarse, invitándolos a un encuentro directo con la verdad divina. Pero la invitación no termina ahí. Jesús también les encarga que «vayan y cuenten» y que «escuchen y comprendan». Este ritmo de recibir y compartir se convierte en el latido del corazón de la fe auténtica.
El apóstol Pablo explica por qué este patrón es tan importante en su carta a los Romanos. Presenta una hermosa cadena de preguntas que revela el plan de rescate de Dios:
«Porque “Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”» (Romanos 10:13-15 NTV).
Observe la progresión: del envío se llega a la predicación, de la predicación se llega al oír, del oír se llega al creer, y del creer se llega a invocar para la salvación. Cada eslabón de esta cadena es importante. La eternidad de alguien puede depender de tu disposición a ser parte de ella.
Pero, ¿qué es exactamente esta «Buena Nueva» que estamos llamados a compartir?
Primero, debemos reconocer las malas noticias: toda persona ha pecado y se ha quedado corta del estándar perfecto de Dios. Nuestra rebelión ha creado una brecha entre nosotros y nuestro santo Creador, una brecha que somos impotentes para cerrar con nuestros propios esfuerzos, buenas intenciones o actividad religiosa.
Ahora, las impresionantes buenas noticias: Dios nos ama tan inmensamente que se negó a dejarnos abandonados en nuestra condición de pecadores. El Verbo eterno se hizo carne y habitó entre nosotros. Jesús, plenamente Dios y plenamente hombre, vivió la vida perfecta que nosotros no podíamos vivir. Luego murió la muerte de un criminal, la muerte que nosotros merecíamos, aunque Él era completamente inocente. Pero la muerte no pudo retenerlo. Destrozó la tumba mediante la resurrección, conquistando el pecado y la muerte para siempre. Gracias a su sacrificio, nos ha concedido el privilegio inimaginable de convertirnos en hijos de Dios.
Por eso, «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo». No porque lo hayamos merecido, sino porque Cristo lo ha logrado.
Hoy, tómate un momento para agradecer a Dios por el don de su Palabra y por tu capacidad para recibir esta Buena Nueva. Luego pídele que profundice tu fe y fortalezca tu testimonio. ¿Quién en tu vida necesita escuchar este mensaje? Permite que Dios embellezca tus pasos mientras vas y lo compartes.
Que el Senor les bendiga y les guarde y que el Senor permita que estas palabras les ayuden a renovar su espiritu.
Pastor Dimas




